lunes, 25 de marzo de 2013

La imagen y la memoria

Somos una especie de costumbres, necesitamos la rutina, lo cotidiano y sólo buscamos salirnos del tiesto cuando la monotonía de la vida diaria nos atenaza y nos ahoga. En este sentido, la Semana Santa viene a sacarnos de la inercia en la que anclamos nuestra vida diaria tras los excesos de la navidad.
Así, con la primera luna llena de la primavera dejamos atrás la oscuridad de los meses de invierno e iniciamos un nuevo ciclo festivo, donde se celebra la luz y se exaltan los sentidos. Paradójicamente, no deja de ser esto una liturgia, una costumbre estacional, no en vano, la Semana Santa es la fiesta por excelencia de las ceremonias y los ritos .
Yo, personalmente, todos los años cumplo con un precepto casi obligado; El Viernes Santo, por la mañana, me visto de chaqueta y corbata y me dirijo a San Benito para participar en la procesión de Padre Jesús, sacando junto con otros veinticuatro compañeros, a la virgen que lo acompaña. En la mayoría de las ocasiones no me apetece hacerlo, que son muchos años haciéndolo y la espalda no es la de cuando era un chaval. Los nervios me atenazan como cuando salí la primera vez, y sólo hasta que no enderezamos el trono por la calle Alta no me relajo.
Sin embargo, sacar la Virgen de la Soledad del viernes me produce muchas satisfacciones. Una de ellas es la espera en San Benito a que nos llegue el turno para salir, allí donde precisamente más nervioso me pongo. Es dentro de la ermita donde tengo mi momento personal, uno de esos instantes únicos e irrepetibles en el curso del año.
Sale Padre Jesús a la calle. El gentío abarrota la plaza pero el silencio es impactante y sobrecogedor. Atrás, en el interior, quedamos serios y atentos al espectáculo que se desarrolla en la calles de Setenil. En algún momento muchos de nosotros hubiéramos querido portar el trono de Padre Jesús, pero ya no. Ahora, yo al menos, me conformo con verlo salir desde un sitio tan privilegiado. En ese instante pienso en muchas cosas; ¿qué hago allí? ¿Porqué vuelvo todos los años? ¿Qué razón hace que veinticuatro hombres permanezcamos en silencio? Estoy seguro de que hay tantas razones como tantos somos. Fe, tradición, compañerismo, compromiso, no sé, quizás sea un compendio de todas, al menos en mi caso.
En alguna ocasión alguien, ajeno al ritual y la ceremonia que supone todo esto, interpretó en el hecho de sacar las imágenes a la calle cierta falta de coherencia, como una especie de acto incongruente e incompatible con nuestra actitud a lo largo del año y la verdad es que en frío, fuera del contexto propio de la fiesta, una réplica parecía bastante difícil. Aquello que podría haber servido en tiempos pasados, cuando la religión influenciaba todos los aspectos de la vida, puede que no tuviera valor en la actualidad ahora que la racionalidad lo invade todo y el mero hecho de creer supone un conflicto personal, una batalla en lo más profundo de nuestro ser. Así pues, ¿que razones podría argumentar? Fue entonces cuando recordé una cita que leí hace algún tiempo: "Las miradas no se pierden, quedan adheridas al paisaje y nos unen convirtiéndonos en un puñado de cerezas con alma. Una metáfora de la conexión entre los hombres que, a través del tiempo hemos puesto nuestros ojos sobre las mismas cosas" Entonces me planteé la idea de que yo, al ver salir a Padre Jesús a la calle desde ese rincón de la ermita de San Benito, estaba viendo aquello que tantos hombres, quizás mis padres y mis abuelos, habían visto años, décadas atrás, y que lo que yo veía, con toda seguridad, lo verían otras personas posteriormente, quizás nuestros hijos y nietos. Una metáfora de la conexión entre los hombres en definitiva.
La Semana Santa, con todo su ritual de fiesta y celebración, con toda su parafernalia de imágenes y sensaciones, viene a resultar un rito arcaizado tanto en su forma como en su contenido, perdurable y semejante a como se hacía tiempo atrás. El hecho de ver, oír, sentir aquello que otros hombres sintieron antes de nosotros nos debe hacer pensar que quizás todo tenga un sentido, una razón de ser cuya explicación hayamos perdido en el camino.
Somos como un puñado de cerezas con alma. Si nos despojamos de nuestros recuerdos, nuestra vinculación con el pasado y nuestro enlace con el futuro, ese símbolo de la conexión entre los semejantes que nos precedieron en el mundo, nosotros mismos y aquellos que nos sustituirán cuando ya no estemos en él, quizás nos estemos desprendiendo de una porción de lo que nos hace hombres.

[Rafael Vargas Villalón. Setenil. Enero 2012]
Publicado en el Boletín Oficial de la Revista Los Negros de 2012

Nota; Las dos primeras imágenes son especiales para mí porque en ellas aparecen mi padre y mi abuelo
¡Salud amigos!

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