lunes, 28 de enero de 2013

Otra historia de bandoleros en Setenil


Cencerrito. Foto cedida por un sobrino nieto del bandolero a un paisano nuestro.

En alguna otra ocasión hemos hablado en este blog de la obra y milagros de Cencerrito, alegre e indómito bandolero que ejerciera sus labores por los pueblos y campos de Andalucía la Baja allá por las postrimerías del siglo XIX. Quedó claro en aquel repaso a su vida que Cencerrito era tan setenileño como los tajos que lo vieron nacer, condición esta que sacaba a relucir con pedantería y orgullo en cualquier fechoría en la que se viera envuelto.
Prueba de su origen es sin duda la devoción del bandolero por el Santísimo Cristo de la Vera Cruz de Setenil, hecho que queda constatado por esa anécdota que no por vieja deja de ser desconocida para la mayoría, de haber portado en alguna ocasión esa sagrada imagen en la procesión del Silencio.
Corría la última década del siglo XIX, no sabemos el año exacto del suceso, pero sabiendo que Cencerrito murió en 1894 más o menos nos podemos ubicar temporalmente. Imaginamos esa procesión bajando el Jueves Santo desde la ermita de San Sebastián en busca de la Iglesia de la Encarnación. El rito, la esencia, la liturgia de la ceremonia no debía de ser muy diferente a la imagen que podemos ver hoy día, pero el escenario de ese Setenil del siglo XIX sumido en la más absoluta oscuridad, iluminado únicamente por la tenue luz de la luna llena nos permite evocar la atmósfera más evocadora y primitiva.
En algún lugar del recorrido, un hombre formido y con el rostro tapado se acerca a alguno de los portadores de la cruz. Con voz segura y gesto amenazante lo invita a que le ceda su lugar, cosa que el atemorizado portador realiza de mala gana. Como todos sabemos, portar la cruz del Cristo en la procesión del Silencio es privilegio que, por una razón u otra, detentan algunas familias en Setenil, tradición que se transmiten de padres a hijos y que salvo contadas excepciones se mantiene inalterable. Así pues, ceder el puesto en la cruz a un extraño no deja de resultar una anomalía. El caso es que el enmascarado portó ese año al Cristo durante gran parte del recorrido mientras el legítimo cargador le seguía de cerca malhumorado pero resignado.
Al llegar a la iglesia y tras la preceptiva ceremonia religiosa, el penitente usurpador se dirigió a ese que le cedió su puesto y tras quitarse el antifaz le pregunta:
¿Acaso no me conoces? Soy Cencerrito, el bandolero.
Imaginamos la cara de estupor que pondría el pobre hombre al saber quién era el enmascarado, aliviado quizás de no haber osado enfrentarse al famoso bandido setenileño, que como cuentan las crónicas, hacía honor a su oficio de pendenciero y perdonavidas.
Resulta la imagen del bandolero devoto de un cristo o una virgen tan tópica y manida como la de que se echara al monte por un asunto de faldas o la de que repartían el dinero entre los pobres, pero entre las viejas anécdotas que podemos sumar a la historia de Setenil deberíamos anotar esta, la del año en la que el bandido Cencerrito llevó al Cristo del Silencio.
No sabemos si cumpliría penitencia para expiar alguno de los muchos pecados que se le achacaban o para pedirle al Cristo el pulso firme a la hora de manejar su Winchester.
Conociendo al personaje...
Para saber más:
Cencerrito, un bandolero de Setenil. Setenil Rural

1 comentario:

  1. Rafael Domínguez Cedeño.29 de enero de 2013, 10:25

    Gran historia Rafael la de este setenileño, cualquiera se metería con los Blancos en aquella época, ja,ja, un gran saludo.

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